Proyecto busca impulsar las siembras de quínoa, trigo sarraceno y chía en el país, como nuevas alternativas de rotación a los agricultores, para, a futuro, generar ingredientes para la industria de los alimentos. La primera meta es pasar de 700 hectáreas a tres mil en un plazo de tres años.
22-sep-2017
La búsqueda de alternativas para la rotación de cultivos entre los productores de achicoria fue el punto de partida para que la empresa Beneo-Orafti decidiera liderar un proyecto para impulsar las siembras de quínoa, chía y alforfón -más conocido como trigo negro o sarraceno-, con la idea de diversificar los cultivos presentes en el país y, a futuro, desarrollar ingredientes para la industria.
La fórmula no es nueva. La firma de capitales belgas ya introdujo la achicoria en Chile hace doce años, cuando instaló su planta de procesos cerca de Chillán, en la Región del Biobío, para producir inulina a partir del tubérculo, que se utiliza en distintos países como ingrediente funcional en lácteos, confites y snacks. En ese período, tras su llegada, la achicoria pasó de estar casi desaparecida a convertirse en el tercer cultivo industrial más importante, solo por detrás del raps y la remolacha, con unas 2.500 hectáreas anuales.
La idea es replicar ese éxito en estas tres especies que ven con gran potencial a nivel mundial, y con las que estiman que se podría pasar de las actuales 700 hectáreas de quínoa y 20 hectáreas de trigo sarraceno a unas 3.000 hectáreas en total, en un plazo de tres años, considerando también a la chía, que hasta ahora prácticamente no se cultiva en el país.
"Por primera vez, la empresa en Chile toma la batuta con un proyecto nuevo en la firma. Por primera vez somos nosotros los que nos lanzamos con algo nuevo, por lo que están todos los ojos puestos sobre nosotros", comenta entusiasmado el gerente agronómico de Beneo-Orafti, Peter Guhl, sobre la recepción que ha tenido la iniciativa en la casa matriz de la compañía.
Los belgas son los gestores del proyecto, que postula a convertirse en uno de los cuatro polos del programa Polos Territoriales de Desarrollo Estratégico de la Fundación para la Innovación Agraria (FIA) -con el cual se busca identificar materias primas agrarias que tengan el potencial de ser producidas y transformadas-, que cuenta con fondos por $3.600 millones para tres años. Además, tienen el apoyo del INIA y de la Universidad de Concepción en el ámbito técnico, de gremios como Chilealimentos y de empresas del rubro de los cereales, como la fábrica de pastas Suazo y el molino Promauka, entre otras.
"Nuestra primera intención es desarrollar la materia prima con agricultura de contrato, para tener el volumen, la trazabilidad y seguridad alimentaria necesarios como para un posproceso, pensando en desarrollar ingredientes o en que estén disponibles para la industria", explica Peter Guhl, y aclara que el proyecto deja abierto el procesamiento más avanzado de los granos, lo que podrían hacer ellos o cualquier otra compañía.
Calmar las expectativas
El proyecto considera una inversión de casi $1.400 millones en tres años, de los cuales el sector público aporta $900 millones y Orafti $258 millones, mientras que la Universidad de Concepción es el tercer actor en importancia, con unos $111 millones y enfocada especialmente en el área de cosecha y poscosecha.
Y, aunque el visto bueno definitivo por parte de la FIA se confirmará recién el 1 de octubre -ya fue admitido y aprobado- el teléfono de Peter Guhl no para de sonar y en su mail recibe todas las semanas preguntas de los agricultores para sumarse con parte de la producción.
"Hasta ahora no hemos tenido conversaciones directas con los productores, al menos no de mi parte, porque no quiero crear falsas expectativas antes de tener claro qué es lo que podemos ofrecer. Pero creo que hay un gran interés y muchos me preguntan cómo participar, incluso gente que no conozco", dice.
En ese sentido, aún cuando el objetivo es diversificar las opciones de cultivos anuales en Chile, el ejecutivo resalta que se trata de productos cuyos precios funcionan como commodities, por lo que no deben ser considerados como la vía de escape para los agricultores que ya han pasado dos o tres temporadas complicadas con cultivos como el trigo o el maíz.
"Esto no es un salvavidas. No vamos a ofrecer un cultivo que garantice el triple de precio del trigo. Creo que cuando se introdujo la achicoria hubo un error comunicacional o se crearon falsas expectativas, al plantearlo como el cultivo de salvación de la agricultura, y por eso esta vez tenemos que ser muy cautelosos, porque es irrisorio pensar que en el mundo que estamos, globalizado, un cultivo no va a tener que depender de los precios a nivel global", recalca Peter Guhl.
El atractivo de masificar la producción de los tres granos en Chile va más por el lado del crecimiento que han tenido en el mercado mundial los nuevos productos elaborados a partir de ellos, ya que tanto en la quínoa, como la chía y el trigo sarraceno, la cantidad que ingresa al mercado crece 30% al año.
"Eso no significa que el consumo suba 30% al año, pero sí que hay mucha innovación y empresas que entran al mercado con estos productos. Y eso significa, a su vez, que también existe la demanda, porque nadie crearía tantos productos con estos granos si no se venden", detalla Guhl.
Esos datos internacionales les hicieron ver que no era suficiente con la idea original, de producir los tres cereales para evaluar el procesarlos en la empresa. Estimaron que el potencial de Chile era mayor al de la superficie que Orafti mantiene en rotación, debido a la creciente demanda mundial, por lo que no podía ser una iniciativa solo para los productores de achicoria y tampoco podían pensar en "quedarse" con toda la quínoa.
"En el polo, estamos convencidos de que tenemos que crear dos líneas de comercialización: el mercado de los granos ancestrales, donde se destaquen las tradiciones y tecnologías antiguas, y la línea industrial, donde interesa el volumen", explica, y detalla que las decisiones del polo que están formando se toman en el consejo estratégico que realizan una vez al año todas las empresas participantes, y en consejos técnicos que se realizan cada tres meses.
Agregar valor
Si en la achicoria Orafti es el único poder comprador actual en Chile, en el caso de la quínoa, chía y alforfón aclaran que no pretenden quedarse con todo el volumen de producción del país.
De hecho, el proyecto también considera realizar un estudio agro-sociológico para definir en términos concretos a qué corresponde la parte ancestral del cultivo -especialmente en el caso de la quínoa- y así poder diferenciar cuándo llamarla ancestral y cuándo no, y definir qué mejoras tecnológicas se pueden implementar para mejorar los rendimientos sin intervenir los sistemas ancestrales de producción, y así generar más ingresos para los productores.
"Lo más importante es ver que ellos no pierdan su identidad", advierte Guhl, y añade que es una tarea que queda más bien en manos de los productores, porque como empresa extranjera no pretenden convertirse en defensores de los granos ancestrales de Chile.
Lo que resulta más atractivo para la empresa belga es el procesamiento industrial de los nuevos cultivos. Si bien no está definido qué empresa participante del polo estratégico acopiará la producción que pretenden incentivar, sí está contemplado hacer un preproyecto de molino y su estimación de costos luego de un año de funcionamiento de la iniciativa, el que se debe licitar y en el que Orafti se podría interesar.
"Una de las alternativas es crear ese poder de compra o si no asociarse con otras empresas para la parte de industrialización. Para eso es necesario invertir en un molino completo, que podría ser certificado como gluten free o baby food, que son los mercados interesantes y que en Chile aún no hay con esas certificaciones... Si Orafti se decide a hacerlo, seguramente va a ser en el mismo lugar donde tenemos la planta, pero no está decidido si va a ser el ente que realizará el acopio", explica Peter Guhl.
De los $258 millones que invertirá su empresa, una parte corresponde a maquinaria de alta precisión para la cosecha, y la otra, a la creación de una miniplanta productora que analizará el proceso de poscosecha de los granos, donde uno de los desafíos es estudiar cómo sacar la saponina -el componente "amargo" de la quínoa- sin perder alimento y utilizándola como un subproducto.
Otro punto pendiente por trabajar es cómo obtener componentes beneficiosos para la salud del trigo sarraceno, lo que hasta ahora no existe en el mercado mundial como ingrediente.
"Yo creo que la mayor fortaleza del proyecto es que se está apostando a tener una producción con agricultura de contratos y trazabilidad. Con eso, se puede asegurar a un cliente que va a contar con un volumen de materia prima confiable, y creo que eso es lo que puede fomentar el posterior desarrollo industrial. Y esa gran fortaleza es lo que nuestra empresa puede respaldar", proyecta Peter Guhl.
Fuente: El Mercurio Campo - Chile