Columna de Opinión de Ricardo Díaz Cárcamo Director Ejecutivo Centro de Estudios en Alimentos Procesados CEAP.
18-may-2017
Las cifras de mercado de alimentos procesados muestran atractivas proyecciones de crecimiento: se prevé que para el año 2020 a nivel global superaría los 8.000 mil millones de dólares. Esta proyección se basa en buena medida en el aumento esperado de la demanda de alimentos beneficiosos para la salud, y de la necesidad por parte de la industria de alimentos de encontrar reemplazantes naturales a los aditivos usados actualmente.
Así, los alimentos funcionales proyectan una tasa de crecimiento de mercado del 15%, donde los ingredientes funcionales y aditivos especializados en la actualidad ya superan los 30 mil millones de dólares.
Estas cifras representan una tremenda oportunidad para que Chile pueda convertirse en un proveedor importante de ingredientes funcionales y aditivos especializados (IF y AE). Este país, no sólo posee uno de los cinco territorios de clima mediterráneo del mundo -con características apropiadas para producir un gran y variado número de especies vegetales que permitirían garantizar un flujo continuo de materias primas para la obtención de estos compuestos de alto valor- sino también poseemos especies endémicas con alto potencial para la obtención de estos compuestos, las cuales a través de una transición desde recolección hacia cultivo dedicado, podrían generar una gran oportunidad de agregación de valor, incluso para aquellos pequeños agricultores de zonas más rezagadas.
La industria alimentaria de Chile representa la segunda actividad económica del país después de la minería. Sin embargo, a nivel de exportaciones agroindustriales, está liderada por commodities y productos semi-procesados, sin mayor diferenciación y con bajo valor agregado.
Al comparar nuestras exportaciones de alimentos con países que poseen similar superficie cultivable, Chile posee una concentración del valor de exportación en productos frescos y semi-procesados de 3 veces más que en procesados y refinados, mostrando además una menor diversificación y sofisticación.
Pese a lo anterior, la agroindustria chilena ocupa lugares privilegiados en los rankings mundiales de los productos que exporta, y las empresas de este sector trabajan duro para mantenerse competitivas en este escenario. Por lo tanto, para que Chile pueda convertirse en un proveedor relevante de IF y AE involucra necesariamente la creación de una nueva industria, que implique tanto producción de materias primas dedicadas, que considere introducción de nuevas especies o variedades y la industrialización del cultivo de especies endémicas, así como la valorización de residuos agroindustriales para la obtención de compuestos de alto valor.
Asimismo, para que esta nueva industria de ingredientes funcionales y aditivos especializados se haga realidad, debemos superar una serie de desafíos que van desde la identificación temprana de estos componentes con potencial de mercado y que puedan ser producidos en nuestro territorio, pasando por el desarrollo de paquetes tecnológicos para su producción, disponibilidad de capacidades de análisis de funcionalidad y estudios clínicos, desarrollo, validación y mejoramiento de tecnologías de proceso, armonización regulatoria, entre otros, hasta el fomento a inversiones para la instalación y expansión de las capacidades de pilotaje y producción en los territorios.
Esto último es trascendental, ya que para lograr que esta nueva industria tenga el impacto esperado, la inversión tanto estatal como privada para la instalación de capacidades habilitantes debe ser direccionada hacia los territorios. Sólo de esta forma lograremos su establecimiento de una forma competitiva, sustentable en el tiempo y que el valor que genere pueda ser compartido entre todos los actores de la cadena.
Diversos estudios territoriales muestran la creciente necesidad de aumentar el valor de los productos silvoagropecuarios y alimentarios. La obtención de compuestos de alto valor a partir de materias primas dedicadas no sólo es una gran oportunidad económica para la industria, sino también tendría la capacidad de impactar en la competitividad de los territorios donde se desarrolle y, en consecuencia, mejorar la calidad de vida de la pequeña y mediana agricultura.
En Chile las diferentes agencias de financiamiento de investigación, desarrollo e innovación (CONICYT, CORFO, FIA, etc.) han apoyado un sinnúmero de iniciativas para el desarrollo de IF y AE, pero su puesta en valor en el mercado no ha sido del todo exitosa, no logrando generar el impacto esperado en la economía. Estos estudios representan un importante activo en estado latente, que puede ser aprovechado como catalizador de base científico-tecnológica para el desarrollo de estos nuevos productos.
Estoy convencido que Chile puede convertirse en un proveedor importante de ingredientes funcionales y aditivos especializados de base agraria; pero, sin duda, no se trata de un trabajo fácil, requiere de esfuerzos y, lo más importante, de articulación y colaboración de las numerosas y variadas capacidades presentes en los territorios, incluso externas a ellos, potenciando encadenamientos virtuosos en el que todos toman el riesgo y el beneficio es compartido por todos.