El crecimiento de la demanda orgánica y el fuerte impulso a la agricultura regenerativa de los últimos tres años está siendo abordado con mucha timidez para el dinamismo que tiene en el resto del mundo. Hay mucho movimiento por parte de grandes conglomerados globales de la industria que ya están ocupados en la transformación.
09-ene-2023
Fuente y artículo completo: Mundo Agro
Fotografía: Ángela Justamante, CREAF
El crecimiento de la demanda orgánica y el fuerte impulso a la agricultura regenerativa de los últimos tres años está siendo abordado con mucha timidez para el dinamismo que tiene en el resto del mundo. Hay mucho movimiento por parte de grandes conglomerados globales de la industria que ya están ocupados en la transformación. No es algo que se logra en un solo ciclo productivo, sino que hay que prepararse, aprender y planificar la ejecución de los cambios en las operaciones en el campo. Para acceder a buenos precios y mejores rentabilidades hay que certificarse, y eso toma de tres a cuatro años. Si nos interesamos a entrar al sistema en cuatro años más, cuando el mercado esté en su plena expresión, estaremos atrasados ya cuatro años.
La ciencia agronómica moderna nos exhorta a trabajar en la biología del suelo para devolver la capacidad productiva y la fertilidad a los suelos. Y esto requiere restaurarlos física y químicamente para generar las condiciones necesarias para que la vida prospere. Para esto hay que estudiar, diseñar, organizar y ejecutar planificadamente las acciones requeridas.
Si se quiere tener éxito en la agricultura regenerativa, el problema no está en el control de plagas y patógenos, ni en las malezas ni nada de eso. Hay ciencia y herramientas más que suficientes para producir sin necesidad de agroquímicos sintéticos. El gran problema es sacarse los prejuicios de la mente y el temor alimentado por conocidos que nos cuentan historias de terror respecto a producir diferente de lo habitual.
Para conocer la condición biológica de un suelo hoy día se hace un análisis metagenómico que nos permite conocer el microbioma presente taxonómica y funcionalmente. Esa información se complementa con el resto de los análisis para diseñar un plan de manejo regenerativo para gestionar aquellos que nos interesan más o que no están presentes en el suelo. Para eso, tenemos que conocerlos bien para poder modularlos de acuerdo a nuestras necesidades, condiciones de suelo y clima.
Las bacterias en el suelo se encuentran distribuidas en agregados mucilaginosos, llamados biofilms, que se localizan en lugares como heridas en raíces, ápices radiculares, entre células epidermales, en el nacimiento de los pelos radiculares o de raíces laterales, donde se producen los nutrientes necesarios, es decir, los exudados radiculares. Estos se componen de ácidos orgánicos como citrato, malato, succinato, piruvato, fumarato, oxalato y acetato, junto con glucosa, xilosa, fructosa, maltosa, sacarosa, galacatosa y ribosa, además de vitaminas, aminoácidos y flavonoides.
Debido a que los microorganismos pueden desarrollar varias actividades biosintéticas espontáneas frente a los cambios ambientales y de crecimiento de las plantas, su inclusión en los manejos agronómicos es vital para el manejo sustentable de los suelos, revertir la degradación de los suelos y mejorar la biodiversidad, ya que permite reducir el uso de agroquímicos y mejorar la productividad, la salud humana y de los agroecosistemas
En una planta en condiciones óptimas de salud, todas las reacciones bioquímicas están en estado de equilibrio. Cualquier desviación debido a un estrés biótico o abiótico causa la disrupción de los procesos fisiológicos dejando a la planta vulnerable frente a los patógenos. Para que las plantas puedan sobrellevar el estrés se utilizan insumos biológicos como la aplicación de materia orgánica (compost), uso de cultivos de cobertera, manejo con rotaciones de cultivo, etc.
El uso de microorganismos que permitan superar el estrés que afecta el crecimiento de las plantas y su desarrollo es actualmente la manera más efectiva, económica y sustentable dado que al ser autoreplicantes, no tóxicos e incrementar la productividad y protección fitosanitaria son irreemplazables con otros métodos. Las rizobacterias producen moléculas inhibitorias y con actividad de biocontrol, entre ellas, sideróforos, bacteriocinas, antibióticos, enzimas, lipopéptidos y funguicidas.
La gran mayoría del microbioma rizosférico es endófito, alojándose dentro de las plantas sin causarles síntomas de enfermedad. Vive en la rizósfera y transporta nutrientes a las plantas, promueve el crecimiento, intensifica la tolerancia al estrés, aumenta la resistencia a plagas y enfermedades y promueve el desarrollo de las plantas. Además, induce la liberación por parte de la planta de compuestos volátiles (COV), que atraen enemigos naturales ante un ataque de insectos fitófagos.
La abundancia de interacciones microbiológicas de la rizósfera se nutre de los exudados radiculares de las plantas, siendo el principal motor que promueve la densidad poblacional, diversidad y actividad del microbioma. La rizósfera comprende unos pocos milímetros en torno a la raíz, donde ocurren complejos procesos biológicos y ecológicos. Fuera de esa zona hay muy poca actividad microbiológica.
Para que los microorganismos provean su efecto benéfico deben colonizar las raíces y permanecer durante un largo tiempo, para lo cual el suelo debe tener las condiciones físicas y químicas adecuadas. La colonización exitosa de la rizósfera se da como resultado de superar la competencia del microbioma indígena, estableciendo una cooperación permanente con las plantas en mutuo beneficio.
La rizósfera es también donde los patógenos del suelo interactúan parasíticamente con la planta, para lo que deben competir con el resto de los microorganismos por los nutrientes disponibles y el espacio necesario. Hoy día es posible manipular estas zonas de colonización radicular.
Las rizobacterias activas forman agresivamente estructuras con biofilms en formas de racimos o láminas extensas en el suelo, lo que les permite refugiarse y adaptarse a los cambios en el ambiente. Además, están adaptadas para reconocer químicamente los exudados radiculares, que provocan respuestas rápidas en ellas.
Las bacterias promotoras del crecimiento vegetal (PGPR, por sus siglas en inglés) incluyen 72 géneros incluyendoAgrobacterium, Azotobacter, Azospirillum, Bacillus, Burkholderia, Erwinia, Flavobacterium, Micrococcus, Pseudomonas, Serratia, Gluconacetobacter, Lysinibacillus, Rhizobium, etc.