La disminución de las precipitaciones y los incrementos de temperaturas amenazan el fenómeno de Atacama, en el norte de Chile.
17-oct-2021
Fuente y artículo competo: El País
En medio del desierto de mayor aridez del mundo, el de Atacama, en el norte de Chile, los pocos milímetros de precipitaciones que inesperadamente se producen en la zona empujan el crecimiento de semillas, bulbos y arbustos que han esperado por años y hasta por décadas algo de agua. Es el desierto florido, un fenómeno único en el mundo por su belleza y diversidad de especies. Lo esperan tanto los turistas que poco a poco comienzan a llegar tras la pandemia de la covid-19 como los científicos, que lo consideran un laboratorio natural para estudiar la resistencia de las plantas a la escasez hídrica y a las altas temperaturas que azotan al planeta a causa del cambio climático. En una región minera, privilegiada por sus cielos que permiten la observación astronómica, sus playas color turquesa, salares, yacimientos paleontológicos de nivel mundial y zonas de avistamiento de ballenas, las patas de guanaco -la flor de mayor abundancia- tiñen en tonos púrpura la tierra que esconde vida, pese a su intensa sequedad.
"Es una zona híper árida, donde no llueve por años y aún así, cuando llueve -y no estamos hablando de lluvias torrenciales, sino de milímetros-, basta para gatillar lo que se encuentra abajo. Es la maravilla del fenómeno, porque se trata de un ambiente que parece inhóspito y privado de vida y, sin embargo, por debajo, en el suelo, hay muchas especies vivas y un poquito de agua -escasa, infrecuente e impredecible- empuja su floración y crecimiento", asegura la bióloga Andrea P. Loayza, profesora de la Universidad de La Serena.
Lo comenta en el desierto, a unos 885 kilómetros al norte de Santiago de Chile, en medio de los campos de flores en las cercanías de la ciudad de Caldera producida por apenas un par de lluvias. Es un atardecer anaranjado con los cielos celestes sin nubes, con bastante viento, donde poco a poco empieza a sentirse el frío que azota por la noche en esta zona, conocida como Llano de los caracoles. A pocos kilómetros se observa el océano Pacífico, al fondo de este paisaje solitario de difícil acceso y donde los vehículos se quedan atrapados en medio de la arena. A las patas de guanaco las acompañan azulillos, añañucas de color amarillo, suspiros blancos y diversos tipos de arbustos y de suculentas. Los caracoles, enterrados, salen con las lluvias y quedan como vestigios sus conchas. "En esta zona de alto valor para la conservación se encuentran al menos 35 especies confirmadas, alguna en peligro de extinción", dice Francisco Squeo, académico de la Universidad de La Serena y presidente de la Corporación Instituto de Ecología y Biodiversidad.
El biólogo explica que se trata de un desierto de cuatro millones de años que ha soportado glaciaciones, períodos secos de mil años y situaciones como la actual, donde los cambios se aceleran en poco tiempo producto de la crisis climática que azota al planeta. No se puede predecir con exactitud el tiempo que transcurre entre uno y otro desierto florido que se observa por estos días en Atacama, porque depende de diversos factores. El último grande, recuerda el profesor Squeo, se produjo en 2011, con el fenómeno de El niño, una corriente marina cálida. Los locales también hablan de 2017, donde se pudo apreciar mucha flor en bastantes extensiones. Cuando las lluvias son escasas, sin embargo, las plantas aparecen como manchones en lugares diferentes y desciende la cantidad de especies, como ocurre este 2021. En otros años sin precipitaciones, las flores no despiertan.
La flora crece bajo muchas condiciones de desventaja, por lo que tienen características especiales: hojas pequeñas, coriáceas o que acumulan agua, un sistema fotosintético distinto, bajas en altura y una gigante raíz. "Parecen muertas, pero están ahí", asegura la doctora Loayza, que invita a poner especial atención a lo que no se observa: los hongos y las bacterias que permiten sobrevivir a las especies y a aguantar años sin agua. Es lo que recuerda la botánica Gina Arancio, con amplia experiencia en la flora nativa de las regiones del norte de Chile, mientras recorre otro de los lugares donde se puede apreciar el desierto florido, en el sector de La Travesía de la misma región de Atacama. En 1991 cayó una histórica precipitación en Antofagasta, en la parte norte del desierto, y descubrió una especie que no había brotado en los 40 años que no había caído agua en esa zona. La bautizaron en honor a su apellido: Cistanthe aranciona.
"Este desierto florido es único a nivel mundial. A veces aparecen flores en el desierto del Néguev, en Israel, pero no se acerca a lo de estas tierras en diversidad", asegura Arancio, profesora de la Universidad de La Serena. Agrega que el 99% de las especies son endémicas, es decir, se dan solo en esta zona del planeta.
Lo que ocurre en el desierto florido del norte de Chile tiene concentrados a científicos de diferentes disciplinas. El biólogo César Pizarro, encargado de las investigaciones científicas de la Corporación Nacional Forestal de Atacama, colabora en un estudio de Roberto Contreras, investigador de la Universidad de Atacama, para realizar la primera biblioteca genética del desierto. Resulta crucial identificarlas para saber el estado de vulnerabilidad de estas especies, amenazadas por la actividad industrial, ganadera, cambio climático y extracción masiva de flora. Andrés Zurita, del Instituto de Investigaciones Agropecuarias, se enfoca en otro asunto: "Nosotros estudiamos cómo a través de la genética podemos implementar la tolerancia de las plantas cultivadas al déficit hídrico", asegura el doctor en biotecnología, que habla de este "laboratorio natural" en Atacama. "La planta evolutivamente ha desarrollado mecanismos para adaptarse a condiciones de baja disponibilidad hídrica y, luego de entenderlos, seleccionamos las especies que presenten estos mecanismos o mecanismos similares que nos permitan disminuir el consumo de agua de los cultivos o usar menos agua sin afectar su rendimiento de manera significativa", informa Zurita, que ha implementado estos descubrimientos en la quínoa, entre otros cultivos.